jueves, 10 de noviembre de 2011

La noche de la Pantera Rosa con final feliz


Llego contenta con el ánimo de haber estado paseando por los pasillos y sigo de largo por la puerta que está abierta hasta mi silla, porque ella me ve venir y haciendo gestos me dice que entre. Me mira sentarme y me habla del tiempo. Hablamos un buen rato del tiempo hasta que el tema no da para más. Después de eso, me dice que empiece por lo que se me ocurra y me entristezco.
Le cuento que recibí un mensaje de Sergio que decía "hola nos vemos ahora", pero como estaba lejos le había respondido que no podía, entonces quedamos en vernos el miércoles: ayer. Y estuve esperando muchísimo tiempo, ¡todo el día! Después a las 11 un mensajito de que a las 12, a las 12 otro mensajito de que más adelante, y así hasta que me dijo que así era la vida, sin compromisos. La verdad es que me había puesto contenta de que me llamara, ¿pero porqué tenía que verlo así, rápido, solo ese día a la hora que él quería? Aunque para ser sincera no fue un llamado, fue un mensajito. Igual no es que tengamos una relación ni nada, pero ¿qué tal si yo tenía otra cosa que hacer y en vez de eso me quedé esperando todo el día?
Creo que esa disponibilidad no solo lo aleja a él de mí, sino también al resto de las personas. Entonces el encierro, siempre sola. Y no es que sea solitaria porque me guste, sino porque no sé hacer otra cosa.
Después hablé de la vez en que fuimos a jugar a la casa de unas vecinitas, cosa que era muy poco común, y dibujamos todo el paredón blanco de su casa con las hojas de la planta que llamábamos monedita. Y de otra vez que acompañamos a mi mamá a visitar a una amiga suya de la secundaria, jugamos con sus hijos como animales y comimos como cerdos, cosa que hizo que nunca más nos lleve a ningún otro lado. También la anécdota del cumpleaños al que fui y a la salida me preguntó cómo estuvo y yo respondí que la torta era un asco… O la de cuando mis papás se pusieron a trabajar en el jardín todo el día mientras nosotras musicalizábamos el momento desde la galería del patio cantando la pantera rosa y haciendo ruido con palitos y cosas hasta la noche. Y en todos los casos, al final de la caricia vino el cachetazo.
Al final hablamos de mi familia, mi papá machista, mi mamá una especie de Heidy, mis abuelos cada cual encerrado en una parte de su casa, una familia del campo, la otra de la ciudad…
Me pregunto si rememorar tantas cosas tiene sentido, si sirve para justificar o explicar algo. Ella me dice que no es cuestión de justificar nada sino de ver de dónde viene la falta de opciones, que si me dan una banana chuparía la cáscara (esto a propósito de otra anécdota que le conté de mi abuela).
Y me voy totalmente desahuciada, viendo cómo ella se queda en su consultorio conforme y contenta.

Décima sesión:
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