miércoles, 3 de agosto de 2011

Me siento un travesti


Son las siete y media de la mañana y es mi primer día. Por ahora no pasa de mi sentimiento... por lo que veo la gente con la que me fui cruzando hasta llegar acá no tiene registro de lo que soy. En realidad registran perfectamente mi apariencia, que es tan real como cualquier otra. Y en la ventanilla de informes del Ameghino recibo un trato normal.
No sé muy bien de lo que voy a hablar en la admisión. Podría hacer una lista tentativa:
- Siento como si no supiera bien quién soy;
- Estoy “suspendida” en el mismo lugar hace años;
- Quisiera desarrollar mis proyectos personales y no me sale. Hace años que quiero cantar, hacer música pero no me animo;
- Siento que vivo como en “piloto automático” y que en realidad nadie me conoce. Ni yo misma.

Cuatro horas de espera:
Son las ocho y cuarto. Estoy sentada en el mismo banquito desde que llegué y se me empiezan a secar los ojos. La próxima vez tengo que acordarme de traer lágrimas.
Ahora son las nueve menos cinco. Sigo con la lista…
- A partir de los otros, de lo que creo que los otros ven, me veo. Si me quieren me quiero, si no me quieren no me quiero. Finalmente no sé quién soy porque todos me ven diferente, cada uno como puede o quiere. Entonces, con el tiempo, voy repitiendo cosas, actitudes, gestos, que hagan que sea más o menos la misma persona para todos con la intención de ser más o menos la misma para mí, de ser más o menos yo. Pero sucede que eso en lo que me voy convirtiendo no es lo que quiero ser ni lo que en realidad creo que sea. Pienso: "No sé si soy Clara…"
Miro el reloj, son las diez y cinco. Intento arreglarme el maquillaje y pierdo un ojo sin querer. ¡Y no tengo mis lágrimas! Tampoco hay espejos… pero tengo suerte, puedo volver a ponérmelo en un ascensor que encuentro al fondo de un pasillo. Soy como un travesti de cotillón.
Vuelvo a mirar el reloj: las diez y treinta y siete. Sigo sentada en el mismo banco mirando a la gente, que en su mayoría son psicólogas, y son muchas. Debe haber algún evento, simposio o algo así…
La ropa que usan... elegantesport combinado en gamas, mucho degradé amarronado o en el mejor de los casos gris. Zapatos de taco medio, ancho. Anteojitos y peinado de señora paqueta. Gestos diáfanos de apariencia culta y controladora. En masa son espantosas porque dejan ver ese no dejarse ver: ejército analítico, autosuficiente y autosuperado. Necesito mis lágrimas
Esas son las “señoras”. Después están las “jóvenes superpersonalidades”, otro ejército de sobreactuada y jovial actitud. El maquillaje también abunda.
En los dos casos la edad es indistinta.
Bueno, también hay combinaciones, pero son casos excepcionales que según el conjunto en el que se estén se adaptan más a uno u otro. Esto es porque tienen características de los dos que se disuelven en el conjunto según el caso.
En conclusión: después de estas observaciones ya no me siento un travesti. A no ser por el psicólogo pelado que ya pasó varias veces por acá y que recién cuando levanté la vista de lo que estoy escribiendo vi cómo me miraba. No sé si como caso interesante o con mucha desconfianza. O tal vez le gusté... no sé, pero me miraba mucho.
Para salvar las apariencias tengo que estar a la altura de lo que soy y mostrarme más... ¿lo que soy? Un travesti.
Son las diez y cincuenta y siete, noto una clara flojera en mi interpretación.
Estos psicólogos me siguen dando miedo. Son tan pulcros... controladores del espíritu.
A las once y quince, cartón lleno: una psicóloga enana. Sería increíble que me toque con ella. Igual, prefiero a las maquilladas fascistas.
Once y media: Los pzapatos. Esos pzapatos.
A las doce y media después de esperar muchísimo tiempo finalmente se asoma por la puerta que está a la derecha de la ventanilla que estuve mirando las últimas cinco horas una señora bastante mayor, de pelo rubio platinado, ojos achinados y una nariz reducida con una operación bastante feliz.